viernes, 7 de marzo de 2014

Para empezar... un cuento mío.

HISTORIA MAL CONTADA DE AMOR

Somos Alberto e Isabel, los de la casita blanca de dos pisos.
Los vecinos no saben mucho de nosotros, pero llevamos varios años aquí.
Hemos sido felices.
Somos Alberto e Isabel,
Crecimos juntos en el sur, en una playa que huele mucho a pescado, tanto, que ese olor se queda impregnado en su gente.
De ahí que nadie nos mire ni hable con nosotros.
Estudiamos juntos también, y juntos dejamos de estudiar.
Abandonamos todo, es decir, no mucho: aquel olor apestante a pescado, el frío en las rodillas, el tumulto de los ómnibus donde éramos eso: NADA.
Somos Alberto e Isabel, los de la casita blanca de dos pisos.
Yo soy Alberto, ella Isabel.
La casita blanca yo la construí como ella quería.
Porque llegamos acá como dos locos, sin nada, en un tren largo y lento. Y yo tuve que trabajar.
Y empecé de albañil. Se estaba construyendo una escuela.
Había muchos esperando un lugar. Pero yo, con el acento del sur, impresioné bien.
En realidad de albañil no sabía nada.
Pero aprendí.
Alquilamos un cuarto de una pensión. Comimos poco.
Ahorramos casi todo.
Al terreno lo compramos barato, de otro loco como yo que se iba para allá a empezar la misma historia.
Tal vez con otro final.
Yo, Isabel, soñaba siempre con una casita blanca, pequeña y de dos pisos. Con este balcón lleno de flores.
Siempre, cuando era chica, dibujaba esta casita.
Eso sí: lejos del mar.
El mar me asustaba. Su tamaño imponente me asustaba, y cuando embravecía me recordaba a mi padre: grande, poderoso, gritón.
¿Mi madre?
Mi madre era blanca y delgada de vestido azul descolorido.
Si hubiera venido a visitarme, los vecinos me habrían dicho cuánto nos parecíamos yo y ella.
Bueno, si los vecinos me hablaran, digo.
Si hubiésemos tenido hijos yo los llevaría a la escuela y ahí… sí, conversaría con esas gordas que pasan todos los días con los suyos de la mano.
Quizá porque no tuve hijos es que no quedé gorda como ellas… pero son simpáticas, me parecían simpáticas. Se sonríen unas a otras y siempre tienen un asunto.
O quizá las mujeres flacas de este pueblo son esas que llevan a los hijos en auto a la escuela.
Pero nosotros somos un mundo aparte: somos Alberto e Isabel.
Nos amamos mucho.
Nunca peleamos.
Yo soy el primer hombre de la vida de Isabel, el único.
Ella tenía doce años y yo unos dos o tres más. Éramos de la misma clase porque yo era un mal estudiante.
Yo ya conocía otras mujeres, lógico.
Cerca de donde vivíamos había varios kilombitos.
Yo no tenía plata nunca, pero copé con una mina un buen tiempo… y después con otra… y con otra.
Una vez se pelearon por mí unas locas y a una le costó el trabajo.
Se llamaba Ruth la perra, me acuerdo. Era un putón, un  pedazo de hembra. No se que será de ella, infeliz, pero me hizo hombre para Isabel.
Le gustaba que la cholearan en la cama. Yo no sabía. Había sido hembra de mi padre… él me contó, y ahí yo me avivé y la tuve cuanto me dio la gana.
Isabel estaba bien crecidita, linda… linda… y tenía poca ropa… no por provocar sino de tan pobre.
Éramos muy pobres allí.
Veníamos del liceo, ella sentía frío.
Yo la abracé con el pretexto del frío, después que bajamos del ómnibus.
Nos quedaba un buen rato de caminar en la arena hasta llegar.
Yo no me aguanté.
¿Ella? Ella se dejó hacer, y se ve que le gustó. ¡qué tiempos!
Y así comenzó esta historia.
Así comenzó.
Y así fuimos lo que fuimos: dos apasionados, siempre, digan lo que digan.
Yo siempre inventé las locuras, como la de amarnos, como la de dejar aquel olor que nos convertía en basura de la sociedad y tomar un tren sin saber donde  paraba… y ella era mi cómplice, siempre, siempre.
Somos Alberto e Isabel: cuerpos y almas inseparables. ¿Testigos? La casita blanca de dos pisos que para ella yo construí, las flores que le planté en nuestro pequeño jardín…
…aéreo. Yo siempre le pedí así.
Él me lo hizo. En el balcón. Abajo no había jardín. Las plantas las cuidaba yo. Las flores están ahora aquí.
Las trajo una vecina cuyo nombre nunca pregunté.
Yo voy todos los domingos a ver a Isabel, tengo permiso para eso.
Los tipos se quedan en la camioneta.
Confían en mí.
Alguna vieja chusma trajo las flores, pero igual me alegra que estén aquí.
Si tiene poco sentido, allá directamente no tiene ninguno.
Cuando salga, no habitaré aquella casa.
Otro tren me ayudará a vivir.
Somos Alberto e Isabel, aún así.
Nos amamos mucho.
No nos peleamos nunca.
Él construyó la casita de mis sueños para mí.
La escalera no era segura, eso sí, pero como él lo dijo: “todo a su tiempo”.
Recuerdo la cara de mi madre, no sé por qué, igualita a mí, o yo igual a ella.
La recuerdo, en fin…
Si tuviéramos dinero suficiente, él hubiera arreglado la escalera.
Él hacía todo para mi, por mí.
No nos peleábamos nunca.
Él no me empujó. Yo caí.
Siempre fui una desatenta.
Nunca me pegó. Fue así.
Los hematomas de mi rostro y de mi cuerpo, son consecuencia de la caída.
Y lo que dice el médico y la gente


                                                          ES MENTIRA.






                                                  24/05/05.





No hay comentarios:

Publicar un comentario