domingo, 30 de marzo de 2014

YO, ALUMNA PARA SIEMPRE (MI HISTORIA DE VIDA)

YO,  ALUMNA PARA SIEMPRE.
“No entregues tu nota inmadura
a la seguridad implacable
del silencio.
¡Vamos!
¡Despierta a tu guitarra!”
(Poema XX- Memorial de Insomios)

Bueno, este trabajo es solamente a los efectos de mostrarles como redactaría yo, si fuese la estudiante, mi HISTORIA DE VIDA. Y, por supuesto, es un resumen muy apretado de lo que efectivamente ha sido mi vida. Hay detalles que no están porque no es una HISTORIA DE VIDA como técnica de investigación, sino más bien una expresión de sentimientos y recuerdos seleccionados para recrear mi historia a mi manera. Cuando les enseñe la técnica de investigación el tipo de texto, el léxico y el orden cambian.
Espero que les sirva y les inspire.
La niñez
Transcurre, como les he dicho algunas veces, en pueblo Baltasar Brum, donde he pasado la mayor parte de mi vida.

Padres separados, con sucesos que elijo no contar, como ustedes elegirán no contar algunas cosas, mi madre y yo vivíamos en la casa de quienes yo llamé siempre “abuelos”, pero que en realidad eran: una tía-abuela de mi madre y su esposo (“abuela Eva” y “abuelo Mario”).
Quiero quebrar una lanza por mi papá: él no me abandonó, la historia es otra, pero es lo único que pretendo decir.
La abuela real, es decir, la mamá de mi mamá, trabajaba como cocinera de estancia y por lo tanto no estuvo con nosotros hasta que se jubiló, salvo las visitas mensuales en que traía carne y golosinas y estaba buenos momentos conmigo… ¡muy buenos momentos! ¡Era una abuela genial! De ella heredé el placer por maquillarme y por contar historias, y las ganas de reir. Ella me enseñó la alegría, porque la alegría, estoy segura, se aprende.
Y el resto de mis horas en la casa de los abuelos fue llena de magia. Contar todo sería escribir un libro, pero para transmitir algo les transcribo este poema mío, que integra un librillo no publicado que se llama “Memorial de Insomnios” (en realidad tuvo una publicación “under”, como diría mi hijo Simón).
El poema es el número 26, página 35, y se llama “Tortas fritas”. Ahí va:


Su redondez
                                                                             generosa
                          y  tibia
juega a trazar
bosquejos de lunas llenas,
de carpetitas blancas
                             y  limpias
al pie de un largo vaso
con flores frescas;
y  de oes cien veces repetidas
                                en cuadernos
                                        de hojas amarillas.
y su olor,
¡ah!, su olor
trae a la mesa el dulce
café con leche
el mantel,
la bordada servilleta,
y allí donde hasta el aire
                                 se detiene,
para hacerle lugar,
ya no está la Princesa.
Hacía tiempo que no lo leía, ahora ya saben que escribo (poesía y cuento). Lo hice desde la niñez, precisamente, inspirada por las historias que me contaban las abuelas, por la lectura de libros como “Chico Carlo”, de Juana de Ibarbourou y el inolvidable y maravilloso “Travesuras de Naricita”, del brasilero Monteiro Lobato. ¡Qué nostalgia! También escribía porque cierto dolor me acompañaba, desde temprano, por la ausencia de mi padre, y escribir es un arte pero también una terapia, sin ninguna duda. Tiene todo de bueno para el alma.
La criada negra
Me avergüenza decirlo, pero había en casa una criada negra. La nombro así, diciendo el color de su piel, porque eso fue determinante para lo que soy actualmente.
Había sido dada por sus padres para abuela Eva, y llevaba –lamento decirlo- vida de esclava: trabajaba todo el día, me cuidaba, me limpiaba, lavaba ropa, hacía mandados, atendió a los abuelos hasta que se murieron (y murieron con muchos años) y NUNCA cobró salario.
Yo solo supe que eso era trabajo esclavo cuando fui mayor, y sentí mucha culpa, aunque las decisiones no las tomaba yo, que era solo una niña. Creo que no existe culpa peor que la del TESTIGO, el que ve y calla, calla porque quiere o porque es IMPOTENTE, como fue mi caso con respecto a esta señora y a otras experiencias infantiles. Son culpas que aún no me he podido quitar de encima.
En cuanto al racismo que subyace en ese abuso con respecto a ella, no cabe dudas. Por eso soy defensora de la causa de los discriminados por motivos de raza o etnia, y actualmente soy miembro de la asociación civil INSTITUTO RAÍCES AFRO.

Pero eso no me quita el sentimiento de culpa. Lo lamento.
Amigos de infancia
Mi madre no me dejaba salir casi nada a jugar con otros. Entre mi casa y la de la vecina había –y sigue en pie- tan solo un alambrado, a lo largo del sitio, que es muy grande.
Los vecinos, Irma y Julio, tuvieron cuatro hijos, todos menores que yo: Gisel, Mary, Fabián y Daniel.
Bien… ¡Quién dijo que no podíamos jugar! Pasábamos el día jugando como si alambrado no existiera. Eso es algo que no olvidaré jamás, porque supe desde muy pequeña que soy destinada a ser LIBRE y que la imaginación fue mi libertad.
¡Al diablo con la cárcel! ¡Qué felices éramos jugando! Hace unos pocos años Fabián falleció enfermo, cuando ya vivíamos en Artigas, y mis hijos (Mateo y Simón) y yo, lo lloramos muchísimo. Y yo suelo llorarlo cuando puedo llorar. QEPD.



Adolescencia, juventud, hambre de libertad en otros sentidos.
En mi casa no se hablaba de política, no se participaba. En las elecciones de los gobernantes llegaba el patrón del abuelo, que era peón de campo, y traía los sobres con las listas para todos y todas.
Había sido así antes de la dictadura militar y siguió siendo así después de ésta. Porque, olvidé  decirlo, fui a la escuela y a parte de secundaria durante este régimen, al que, para postre, no le gustan los escritores ni artistas en general.
Y mi pueblo era una comunidad muy obediente y sometida por el puro placer de lamer botas –perdón-. Entonces, cuando en mi adolescencia corrió la voz de que escribía poemas (además de cartas de amor para todos los novios y novias que iban al liceo de Gomensoro, al  cual fui), a mi madre le dijeron unas “macanudas” y devotas señoras que yo estaba enferma de la cabeza y mi madre, que tenía esas mismas ideas, me pasó terrible “café”.
Pero yo escribí igual, escribí más, escribí siempre.
A veces abuela Eva escondía mis cuadernos llenos de versos y esas cosas, junto con las cartas, también clandestinas, de mi padre.
Y lo de que me trajeran la lista a votar no me parecía buena idea. NO FUE BUENA IDEA, NO ES BUENA IDEA.
Y en esa dirección fui encaminando mi pensamiento: libertad de pensar, de escribir, de leer, de votar, de amar.
Mi madre “la veía venir”, como quien dice, que había tenido una niña que iba a dar trabajo. Y di trabajo, pero pasé también.
Cuando terminé el liceo, que lo terminé en Artigas porque en Tomás Gomensoro no había bachillerato, me fui a Salto a estudiar Derecho. Pero ocupé mucho tiempo en solucionar el tema de mis ideas políticas, porque quería tener ideas propias, en lugar de hacer lo que me mandaran.
Me integré en grupos de escritores, de activistas por los Derechos Humanos, fui gremialista en la facultad, y fui víctima de abuso, lo cual consolidó mi rebeldía ideológica hasta el día de hoy.
¿Qué abuso?
No sé como llamarlo, pero sé que es abuso: los patrones del abuelo me llevaron a vivir en su casa, en Salto, para que estudiara, tuviera un techo y todo lo demás, no pagara nada y no fuese empleada. FUI EMPLEADA SIN SALARIO. FUI PERSEGUIDA POR PENSAR LIBREMENTE.  FUI CRITICADA POR TENER ASPIRACIONES SIENDO DE UN PUEBLO DONDE “SE NECESITABAN NIÑERAS”. No fui defendida y protegida. Me enfermé de la epilepsia que padezco hasta hoy. LPM. Volví a mi pueblo habiendo aprobado solamente un año y medio de la carrera de Derecho. Pero fui LIBRE, LIBERADA POR MÍ, PAGANDO CON MI SALUD Y SACRIFICIO.
En mi pueblo fui generadora de ideas nuevas, militante política, empleada de comercio, profesora por un rato, y madre soltera.
Conocí lo que es ganarse el pan de cada día con trabajo, y créanme que ¡está muy bueno! Mi hijo Simón nació sano y hermoso, pero mi madre se moría de cáncer de mama, dejándonos sin ella a mí y a mi hermano que sólo tenía doce años.
Abuela Eva vivía aún con su muchacha y me fui con mi bebé a vivir con ellas.
Muchos años pasaron desde entonces, conocí experiencias buenas, malas y de las peores también.
Escribí muuuucho… tuve un grupo de teatro infantil que la historia oficial no recuerda porque era una voz disonante que se hizo oir entre los callados. No importa. No hago nada para merecer halagos.
Estuve económicamente bien, más o menos y mal.
Formé pareja y después nació Mateo, otra experiencia “de aquéllas”: estuvimos al borde de la muerte por eclampsia, nació prematuro en Artigas después de pasar por Bella Unión y que me enviaran a una cesárea de urgencia.
Y podría pasar muchas páginas hablando de la historia clínica de Mateo, que hoy está grande y lindo.
 Pero, al final de tantas internaciones en hospitales no teníamos dinero ni trabajo. No voy a hablar de los amigos que perdí en el camino porque no merecen estar en mi historia. No contaba con ellos.
Una decisión acertada y a tiempo.
Simón tenía que viajar por el Baby Fútbol, y había que conseguirle todo lo necesario: equipo deportivo, etc., etc. Todo pude comprar, a crédito, vendiendo alguna cosa, pero todo se solucionó y viajó y yo me acosté esa noche con una sensación inmensa de satisfacción. Y me dormí con la luz encendida. Y en medio de la noche desperté después de soñar que mi madre estaba en la cabecera de mi cama hablándome… y quise tocarla y escucharla con atención, porque necesitaba su opinión lapidaria, casi siempre dolorosa, pero muchas veces útil.
Entonces me senté y hasta hoy juraría que ella estuvo allí y se esfumó. La impronta de su presencia estaba allí. Pero no es eso lo que importa, no soy muy espiritual. Importa lo que soñé que me dijo: “No te pospongas. Hacé por tus hijos, pero también hacé lo que soñás hacer para vos.” Ese día resolví y empecé a tramitar mi vuelta al estudio: voy a hacer profesorado. Me voy a recibir con cuarenta y un años, pero no importa.
Era el 2007 y arrancamos mientras todos decían otra vez que estaba loca.
Yo les escribí este poema que se llama “Alerta”:
No se fíen de mí
no soy de confianza.
Mi ausencia es un instante
efímero de paz.
Vuelvo enseguida.
Susurrando al oído
de las almas inquietas
seré el viento que habla
de la boca que sangra.
No crean en el fuego
y en la torpe ceniza
que han hecho de mi cuerpo.
Vivirán mis palabras.
Desde la periferia
llegarán en bandadas
Acabarán con la quietud
de la cena eterna
establecida.
Levantarán a las vírgenes
corrompiendo sus faldas
y mi vieja porfía
descubrirá sus alas.
No estarán mucho tiempo
ustedes sin mí.
En cada primavera
volverá la poesía.


Ciudadana del mundo.
Estamos en Artigas desde entonces.
No me interesa volver, pero no puedo saber lo que pasará mañana.
Creo que agité suficientes cabecitas y que de todas ellas alguna será libre de imposiciones más suspicaces que las de una dictadura. También creo que la poesía y el arte en general sobreviven a cualquier cadena de cualquier índole.
Nuestra vida ha mejorado con creces. Soy agradecida a esta comunidad y defensora de este universo paralelo (¿o perpendicular?) que es la periferia.
Mi hijo Simón tiene un grupo que produce cine con actores y actrices que son desde amas de casa, hasta chicos de barrio que aún no encuentran su lugar en el mundo, chicos y chicas que la sociedad estereotipa en forma negativa y suele no considerarlos productivos.
Piensa de ellos y ellas sin antes analizar sus historias.
Bien, muchos de esos chicos han tenido y tienen participaciones excelentes en los cortometrajes de “Undercine” (palabra rara…), UNDERCINE EN FACEBOOK , mientras para tanta gente son una amenaza, incapaces de nada bueno.


Quiero cortar por acá y decirles que con esos mismos chicos mi hijo ha producido su primer largometraje, cuyo póster he compartido con ustedes en el grupo y a cuya presentación están todos invitados, el 27 de abril en el Auditorio Municipal.


                     Esta historia continuará… ahora: cuéntenme la suya!
                                La profe de ECSA.




2 comentarios:

  1. es mas o menos como mi historia al principio solo que a mi no me gusta recordar casi nada de mi niñes solo hace unos tres o cuatro años atras .es una buena referewncia para nosotros

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    1. Bien Florencia, cada uno habla de lo suyo cuando se siente preparado, o cuando ya lo superó y puede hablar, o también cuando no lo superó pero contarlo a otro le resulta útil... en fin, todos somos diferentes. Me siento contenta de que esta propuesta los hizo pensar un poco a tod@s sobre sí mismos. Besos.

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